jueves, 8 de julio de 2010

De un escrito a una historia


Inmerso en el camino que subyace de toda realidad inherente a cualquier ser que sienta tal como el sujeto que escribe estos dialectos, me inundo en un mar de vastos conocimientos acerca de mi propia mente. Caminando sobre aquel colchón verde impregnado por la llovizna matutina, la divagación es el único recurso posible para olvidar que la ruta escogida ha sido la equivocada. Demostrando una irrisoria no falta de coraje, apretó su puño junto con el cigarrillo aún no encendido, el cual cayó inevitablemente a sus pies. Sin mirar atrás siguió. Pensaba en cuándo eligió tal tortura, un extenso camino carente de señales necesarias para sentirse completamente seguro. Sin embargo, la sensación de inseguridad provocaba un extraño éxtasis el cual le impedía escapar de aquel infinito camino. No sabía bien cuánto tiempo había transcurrido allí; cuándo había ingresado a tal ruta, por la que sus extremidades anhelaban encontrar refugio.
De pronto, una luz estoica e impasible arribó hasta sus ojos. Él creyó que había encontrado el tan esperado final. Comenzó a arreglar su corbata, de manera presuntuosa, pensando que hallaría algo nuevo, quizás otro camino, quizás otra vida, quizás una nueva esperanza. Sin embargo, nada de eso llegó. La luz no la daba la salida de aquel camino, sino eran dos hermosos ojos que atentos lo miraban, una hermosa boca que clamaba su nombre, un frondoso pelo que se mecía en el viento y un corazón que le daba una nueva oportunidad. Al acercarse se dio cuenta de que ese corazón, ese pelo, esa boca y esos ojos eran su destino, su meta y su nueva esperanza; eran simplemente su hogar al cual tenía que llegar para culminar allí su camino...

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